Vivimos en medio de tantos
productos desechables, que se nos hace difícil reconstruir mentalmente un mundo
en el que las cosas se arreglaban y perduraban. En contra de la mentalidad de
preguerras y su poderosa ética de la conservación que obligaba al
aprovechamiento de los escasos bienes
materiales hasta lo imposible, el desarrollo económico de los años 60-70
introdujo los objetos desechables como una liberación y como un símbolo de estatus.
Como paradigma de esta revolución en los hábitos de consumo, los pañales y las
compresas desechables que liberaban a las mujeres de tediosas labores de lavado
y, todo hay que decir, de disimulo a la hora de esconder la menstruación y sus
efectos.
Marion Donovan, inventó los pañales desechables en 1946. |
La cosa pintaba bien,
cuando necesitas usar algo, lo compras y después, lo tiras. Comodidad, tiempo
libre y “modernidad”. El problema está en que lo desechable se convirtió pronto
en un modo de vida, extendiéndose incluso a productos en los que no representa
una ventaja evidente, como por ejemplo, las cámaras fotográficas de usar y tirar,
las vajillas divertidas para las fiestas infantiles, y así un largo etc.
Paralelamente, esta
tendencia afecta a la moda. Se fabrican cantidades enormes de ropa de mala
calidad cuya principal cualidad es la de permitir cambiar a menudo de look a bajo precio. Compramos, usamos,
tiramos, ropa basura que no merece la pena cuidar ni arreglar, ignorando los
efectos que esta cultura de lo desechable tiene sobre el planeta, pero también
en nuestras emociones, de las que hemos desterrado cualquier lazo afectivo con los
objetos que nos rodean.
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