Periódicamente, desde los
medios de comunicación, vienen insistiendo en el gusto de las primeras damas y
miembros femeninos de la monarquía por la moda low cost, con el agravante de presentarlo como algo positivo que las
acercaría al pueblo y su realidad. Según el diario británico The Guardian, el vestido de 42 £ que
Samantha Cameron lució durante el congreso Tory “dijo más de lo que David
Cameron pudo decir nunca (..) en un discurso lleno de referencias a la gente
trabajadora y de a pie”. Lo que no nos queda tan claro es qué quería decir
combinándolo con un cinturón de 190 £… esta inquietante polisemia en los looks
no hace sino confirmar el uso del low
cost como un gesto completamente vacío o, aún peor, como una estrategia
bastante perversa.
Lo ideal sería que dichas
primeras damas se decantaran por la ropa ecológica, pero eso parecería pedir un
poco demasiado, aunque por lo menos deberían hacer un esfuerzo por vestirse de
manera coherente con los intereses del país al que, en una u otra medida,
representan. Muchas empresas y oficios agonizantes vinculados a la moda podrían
beneficiarse de ello.
Hemos visto demasiadas
etiquetas de determinadas marcas entre los escombros del Rana Plaza de
Bangladesh como para comprender que ese no es el camino, y quienes están en el
ojo público no deberían servirles de escaparate.
Basta pensar qué pasaría si
Michelle Obama, en lugar de promover como es sabido la dieta sana en los
comedores escolares, se dedicara a promocionar McDonals con la intención de
acercarse al pueblo y la clase trabajadora… también es barato, ¿no? Sí, pero también
es chatarra.
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