Más allá de los
incontables “días de” que nos encontramos a diario en el calendario, el mes de
mayo viene marcado por dos celebraciones muy señaladas y, en principio, muy distintas.
Empezamos el mes con el 1
de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, jornada de lucha reivindicativa
y de homenaje a los Mártires de Chicago, que en 1886 comenzaron una lucha por
sus derechos. Una de sus reivindicaciones básicas era la jornada de ocho horas: ocho
horas para el trabajo, ocho horas para el sueño, ocho horas para la casa. Me
pregunto qué pensarían aquellos obreros y sindicalistas sobre la tiranía del
correo electrónico, el móvil, la redes sociales, y el desdibujamiento que
provoca entre todos los ámbitos de nuestra vida el hecho de estar conectado 8x3
horas diarias.
La segunda es
el Día de la Madre. Una celebración de fecha difusa, el 1º domingo de mayo. Sus
orígenes parecen encontrarse en la Inglaterra del siglo XVII, donde tenía lugar
un acontecimiento relacionado con la Virgen, que se denominaba Domingo de las
Madres. Los niños acudían a misa y regresaban a sus hogares con regalos para
sus madres. Como muchas de ellas trabajaban para gente acaudalada y no tenían
la oportunidad de estar en sus hogares, ese domingo se les daba el día libre
para poder estar con sus familias y sus hijos. Esto explica por qué en lugar de tener un día concreto en el calendario, se celebrara siempre en domingo.
Jornadas laborales,
derechos, clases sociales, al final resulta que todo está más unido de lo que
parece a simple vista.