O el intento de satisfacer necesidades
emocionales con bienes materiales. Sin embargo, al igual que en las “dietas
milagro”, el efecto conseguido no es otro que el de rebote, ya que la compra
compulsiva sólo genera más vacío y más ansiedad.
Temporada
tras temporada, los ciclos de la moda se van acortando, invitando a consumir
más rápido, más nuevo, todo aquello que los creadores de tendencias han decidido
que deseemos hoy y ahora, abarcando cada vez más ámbitos de nuestras vidas. Y
es que cuando el consumo se convierte en patológico, el climax de la
satisfacción se alcanza en el momento de la compra. Una vez que se posee el
objeto éste empieza a perder su valor, empezamos a desear lo siguiente, la novedad
de la novedad, en una frenética montaña rusa.
Por
su parte, las estrategias de marketing están tan evolucionadas que llegan a
hacernos olvidar que todo está perfectamente programado, que nuestro sistema
económico necesita de la angustia, ergo la genera.
Cuando
pienso en tendencias pienso en chocolatinas, pequeñas cápsulas de placer rápido
y corto, muy corto que te hace desear siempre otra, de manera insaciable, antes
de dar paso a esa odiosa sensación de culpabilidad. Y pienso también en Pavlov
agitando su campanilla para hacer salivar a su perro que, feliz en su
ignorancia, celebra que ya toca comer otra vez.